Tan sólo éramos cuatro. No formábamos una gran pandilla, de
hecho, no pretendíamos serlo. No se trataba de eso. Al llegar el descanso de las 11.30h unos
salían disparados a los campos de fútbol, otros a las canchas de baloncesto.
Los bobos ordenaban sus pupitres; los gamberros, a fumar. Pero nosotros…
Nosotros cuatro nos sentábamos en la Esquina Olvidada, que tampoco era esquina
pero así quisimos llamarla, quizás porque en un mundo tan lleno de normas,
reglas e imposiciones, ese pequeño lugar era nuestro singular reducto de
rebeldía: Lo llamamos como nos dio la gana.
Entre
la barandilla y un parterre, en el pollete unos, en los hierros otros. Dos frente a dos, mirándonos a los
ojos… Luis el empollón; Javi el gamberro, Mat el listillo y yo, el raro. No
hablábamos de nosotros. No hablábamos de los exámenes, ni si salieron bien o
mal, si estudiamos o si, alguno, se había quedad hasta las mil… pero escribiendo.
No nombrábamos a los profesores. No nos
reíamos del capullo de David, ni del chulo de Nico. Todo aquello no interesaba,
todo aquello era un coñazo. En un pacto silencioso, en un contrato inexistente,
como si nos fuera en ello la palabra de Caballeros de armadura, lanza y honor,
sólo hablábamos de sueños. Allí, en la
Esquina Olvidada, sólo estaba permitido una cosa: Mirar al futuro y retarle con
nuestros sueños.
Era un cónclave diario. Sí, claro que jugábamos al fútbol,
evidentemente fumábamos y ni un solo día
pasaba sin darle bien dado a “el cojo”, el de Biología. Pero todo eso… no, todo
eso se hacía en otra esquina, detrás del campo de balonmano, entre canasta y
canasta, entre goles y faltas. Nunca en La Esquina Olvidada. Allí no dábamos
pábulo a nuestras orejas. Allí no valían ni halagos ni consuelos. Allí, en la Esquina Olvidada, sólo estaba
permitido una cosa: Mirar al futuro y retarle con nuestros sueños.
En aquellos días de escuela teníamos muchas reglas y
horarios. El ave maría al comienzo de las clases. Levantarnos al entrar el profesor,
aunque fuera “el cojo”. A las doce, la salve. A los profes, “de usted” o te
ganabas el capón. Los miércoles, Misa obligada a las 10, el mejor momento para
el escaqueo, por el ajetreo y por el dulce sabor del riesgo que se encuentra al
infringir una de las reglas más sagradas… Los platos limpios y la revisión de
los picos de pan… Confesión bajo dedo el primer viernes de mes y, sin faltar,
charlita con tu tutor sobre temas de los que sabíamos más que ellos… Sí, mil
reglas impuestas en un duro colegio de curas, muy de curas. Pero sólo existía
una regla inquebrantable, una ley que si Dios la hubiera conocido, la habría
grabado en sus famosas tablas, una norma que no estudiábamos, ni recitábamos,
ni rezábamos, ni, por supuesto, aprovechábamos para el escaqueo: Luis el empollón, Javi el gamberro, Mat el
listillo y yo, el raro… a las 11.30h, en La Esquina Olvidada.
Luis quería ser piloto de carreras, pero quiso Dios, el
destino y la genética darle mucha más altura que reflejos y más memoria que
altura. Te recitaba los putos Reyes Godos tras leer la lista una sola vez. Así
que estaba claro que en un coche de carreras no cabría, por lo que todo parecía
indicar que sentaría su culo en un sillón de cuero de notario, abogado o
cualquiera de esos trabajos tan aburridos.
Javi el Gamberro se empeñaba en ser roquero, y no se le daba
mal al cabrón, tenía su grupito, no como los de ahora de niñatos idolatrados,
sino de los de guitarra eléctrica, batería y bajo, con poster de los Gun y de los
Ac/Dc vigilando su cama. Pero cuéntale a tu padre otra historia, que imaginar a
su hijo con melenas y tatuajes no era precisamente el futuro planeado.
Mat, arqueólogo, eso es lo que decía cuando su padre quería
presumir en las fiestas de pingüinos que celebraba en su casa, pero cuando Mat
decía eso, en su mirada se dibujaba el látigo de Indiana Jones. Esa era la
arqueología que quería hacer Mat, de sombrero calado y cicatrices y no de viejas vasijas de barro. Mat no se sabía los Reyes
Godos, ni de lejos, pero cuando Luis el empollón los recitaba, de pronto le
cortaba y nos relataba el misterio de la tumba de Alarico, o la intrigante
búsqueda del Santo Grial cuando tocaban los templarios o cualquier otra
historia o leyenda mucho más interesante que cualquier lista recitada. Claro
que cuando resultó que el mayor misterio estaba en la contabilidad de la
empresa de su padre y años después todo se fue al traste, Mat tuvo que colgar
su sueño y su sombrero imaginario para ponerse a trabajar de cualquier cosa.
Respecto a mi… "El Raro", bien claro tenía mi
sueño, en la buhardilla y con bolígrafo lo retaba todas las noches, pero la
pandilla poco sabía. Me apuntaba a todos los suyos y dejaba entrever un poco el
mío: Escritor. Pero incluso cuando lo digo ahora, me sigue asaltando la misma
sensación de antes, entre pedante y redicho para un chico de 15 años. Por eso
justificaba mi presencia en esa pandilla soltando alguna letra para una canción
de Javi y cosas así. Tonterías de un chico raro y demasiado introvertido, que
piensa que su gran secreto pasa clandestino a los que ven tus ojeras y dedos
manchados de tinta cada descanso de las 11:30 en aquella Esquina Olvidada.
Claro que lo sabían, pero por eso era especial esa esquina, porque también se
respetaban los sueños silenciosos.
Creo que todos los chavales lo hemos hecho alguna vez, la
típica promesa de sangre para reunirnos pasados 20 o 30 años. Pero la nuestra
fue diferente, la promesa consistió en reunirnos si alguno de nosotros cumplía
su sueño.
Nos perdimos la pista, como la maldita vida suele empeñarse,
dividió nuestros caminos entre universidades, mudanzas y cosas así. Contábamos
con ello, aún con todo, nos reuniríamos pasara lo que pasara. Por eso sé que
aún ninguno logró cumplir su sueño.
Luis, el empollón, no rompió lo predecible, es abogado y de
los buenos, pero cuando recita a su hijo los Reyes Godos, seguro que una
sonrisa aflora en los labios y espera la interrupción en cualquier momento de
Mat. Lo más cerca que ha estado de ser piloto de carreras fue por un regalo de
esos que vienen en caja roja y pone algo así como "la vida es bella".
Tu puta madre, gilipollas.
Javi creo que es empresario, montó un negocio pero no me preguntéis
de qué. Lo que sí que sé es que aún puntea su vieja Zender pero me temo que más
tirando a "Ride On" que a " Highway to hell", con todo lo
que eso simboliza. Tendrá su poster de los Gun enrollado en el trastero, le
conozco bien, y seguro que tampoco tiró aquella canción que le escribí.
Mat… Mat no se pone sombrero ni lleva látigo. Lo último que
sé de él es que llevaba casco de obra y tiraba monedas en una puta tragavidas,
digo tragaperras. Prefiero no hablar más de él, el tío más listo que he
conocido y que la vida ha jodido, que no heredó más que la mierda que sembró su
padre y tuvo los cojones de abandonar sus misterios e intrigas para romperse la
espalda por los suyos.
Y quedo yo, que aquí me veis, poco ha cambiado, menos boli y
buhardilla, más teclados y cafetería, por lo menos ya no me escondo, algo es
algo. Sigo escribiendo, cuando puedo, entre cabeceos de la vida me despierto y
recuerdo lo que siempre quise ser. Mato el insistente gusanillo escribiendo
relatillos como este. Alguna novela se me ha escapado, cierto, pero igual que
Luis el abogado, Javi el empresario y Mat el obrero, no puedo mandar una carta
o coger el teléfono y decir a la panda: «Chicos,
a las 11.30 en La Esquina Olvidada. Tengo algo que contaros». No, tampoco
yo he cumplido mi sueño.
Pero aquí me veis, tampoco me rindo del todo. Este relatillo
que mata el gusanillo puede que no sea más que un chute de metadona, o puede
que guarde algo más profundo. Una de esas estúpidas reflexiones de domingo
triste que me vienen al ver a mi hijo soñando con ser piloto de motos. Y veo
sus ojos, su sonrisa y me juro que no permitiré que ni la vida, ni las reglas,
ni un profesor cojo, ni la salve de las 12, ni mi herencia mutilen los sueños
que le florezcan con 15 años, porque creédme, bueno, que gilipollez, lo sabéis
bien vosotros, los sueños de los chavales son los buenos. No sueñan con ser
rico, ni con ser famosos, ni poderosos, por eso son puros, son "Los
Buenos" Tienen sueños que alimentan sus corazones, no siembran envidias. Y
pediría, gritaría, suplicaría a las escuelas, a los "adultos", a los
que mandan, a los padres "orgullosos" de lo inteligentes que son sus
hijos, que no mutilen sus sueños, que no esculpan sus frustraciones en ellos,
que si les sale alto el chico, le fabriquen un puto bólido más grande, que si le
da por hacer slide con una guitarra
invisible, le añadan un traste; que si suspira por viajes y aventuras, no le
lleven a Disneylandia, sino a Egipto, joder. Y si por algún casual os sale raro
el chico, muy callado, algo autista y solitario, y veis por la mañana que sus
dedos están manchados de tinta azul y sus ojos se llenan de ojeras, tranquilos,
no es tan grave, no le regaléis más videojuegos pagados con preocupación, hacedme caso, bastará con que le compréis
más libros.
Tengo la esperanza de que algún día recibiré una carta,
puede que incluso la escriba yo, y la pandilla que nunca pretendimos ser,
volvamos a reunirnos en una esquina. Será cualquiera, pero seguirá siendo la
nuestra, la Esquina Olvidada. Cuando ocurra no tengo ninguna duda de que este
relato frustrado que he escrito lo firmaríamos los cuatro: Luis el Piloto Empollón,
Javi el Rokero Gamberro, Mat el Aventurero listillo y yo, el Escritor Raro.
Hasta entonces, seguiré vigilando y cuidando de los sueños de mis hijos.