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martes, 3 de junio de 2014

Pruebas, evidencias, croquetas y azúcar.

Ven, hijo mío, siéntate aquí. Sí, ya sé que sólo tienes 4 años, pero visto cómo anda la plaza y observando tus ingenuas carencias, creo imprescindible que comience a adiestrarte en el que parece ser necesario arte del engaño y mentira.  En la lección de hoy hablaremos de evidencias y pruebas; ambas deberías evitar, pero sólo unas te acusarán. Como así acaba de ocurrir.

Bien, te he puesto para cenar unas croquetas y, sabiendo que te gusta mucho mojarlas en azúcar, tradición ancestral de la familia, también añadí un motoncito bajo la inquebrantable regla de no abusar y no usar el dedo chupado para limpiar el plato de tan dulces granitos. Si acababas con las croquetas, debías renunciar al azúcar sobrante pues, por un lado, su abuso es pernicioso para tu salud, y por el otro, las reglas del decoro están por algo y es muy feo rebañar el plato con el dedo.

Mi sorpresa –o más bien no-, ha sido encontrarme el plato como una patena diez minutos después. Y me refiero a que no sólo no quedaba el menor rastro de croqueta, tampoco quedaba ni un minúsculo granito de azúcar, algo físicamente imposible si la herramienta usada hubiera sido el tenedor o una misma croqueta. Sí, hijo, una croqueta deja rastros de bechamel o de pan rallado. Este aspecto, la ausencia de rastros, no es delito alguno en sí mismo, pero sí que "evidencia" uno: Infracción flagrantemente las reglas del decoro. La pregunta es: Si no has usado una croqueta –algo que se demuestra por la falta de rastros-, ¿Cómo demonios has conseguido rebañar el azúcar? La única respuesta posible es una: Lo has hecho de forma ilegal.

Cuando un asesino limpia el escenario, la policía científica no encuentra pruebas, hijo mío, pero esa absoluta falta de pruebas, de rastros "evidencia" que se ha cometido un crimen. Cuando un político vive por encima de las posibilidades dadas por su economía pero las investigaciones del fisco encuentran todo en regla, no hay pruebas de fraude o sobornos, pero su mansión millonaria es una clara evidencia.
Y las Evidencias son incómodas, te colocan bajo la lupa de sesudos investigadores como yo, pero no implican culpabilidad ni demuestran delito alguno por sí mismas. Podrías librarte de la cárcel o, en este caso, del castigo de privación de Bob Esponja. Sólo podrás estar tranquilo si tu concienzudo plan no ha dejado rastro alguno.

Pero, hijo, llevo años investigando crímenes de todo tipo, también de este tan particular. Yo mismo he cometido delitos punibles de características similares, por eso me he centrado en el estudio detallado de tu plato. Colocándolo con cierto ángulo respecto a la luz se puede observar la existencia de cierta sustancia pegajosa que dibujaba una perfecta espiral aurea recorriendo todo el plato. Esa sustancia pegajosa no puede ser otra cosa que la combinación de saliva y sacarosa (azúcar disuelta), algo que podría explicarse, sin necesidad de pruebas de laboratorio, por la utilización de un dedo chupado o, como ya sospechaba yo, con algo peor.
Y esto, hijo, ese rastro pegajoso, unido a la sorprendente y poco natural limpieza del plato, constituyen una prueba, pero… Circunstancial. Pero en casos como éste, donde existen varias explicaciones a un hecho, o dónde existe una duda razonable, una prueba circunstancial por sí sola, no son hábiles en un juicio y, por lo tanto, no se puede condenar en base a ellas.

Encontrar el cadáver de un amante en un callejón muerto de un disparo y hallar en la casa del cornudo un revolver que coincida, es una prueba circunstancial, increíble pero cierto, tal revolver no demuestra la culpabilidad. Por eso, en casos similares, el interrogatorio de sospechosos es imprescindible y esclarecedor. Los nervios, coartadas insostenibles, motivaciones, etc. provocan en la mayoría de los casos el derrumbe del culpable. No creas que cualquiera tiene dotes interrogativas, hay que saber leer el lenguaje corporal y dirigir las preguntas de una forma más imperativa y no tan condicional. Por eso te he mirado fijamente a los ojos, quería saber hacia dónde dirigías tu mirada a la hora de la respuesta: Arriba-Izquierda para acceder a la memoria, hacia la derecha para echar mano de la imaginación, abajo-derecha si tu intención es sopesar las consecuencias de tu respuesta… Y por esa razón no te he preguntado de forma abierta: "¿Cómo has podido dejar el plato tan limpio?" O, lo que sería una pregunta de un mediocre interrogador "No habrás usado el dedo o algo peor para limpiar el plato, ¿verdad?" pues ya ofreces una salvación al acusado. No, en el complicado arte de la interrogación hay que ser tajantes y no dejar vías de escape. Por eso, y ya sabiendo yo la verdad de todo este complicado asunto, te he mirado a los ojos y he atacado con la más grave de las acusaciones posibles:
-  Hijo, sé perfectamente que has chupado el plato con la lengua –pero hay que dejar una tabla de salvación al acusado, tenderle la mano para su confesión, por eso he suavizado el tono para animarte con un - ¿verdad?

Has reaccionado bien, debo decirlo. Has clavado tus ojos en los míos y, aunque han brillado por la sorpresa, como pensando "¿Cómo demonios lo ha adivinado?", te has acogido a la quinta enmienda y has permanecido callado. Creías haberlo planeado todo, creías no haber dejado pruebas. Siempre lo creen los criminales. Pero… Hay pruebas irrefutables, hijo, y tú has dejado una. Sí, hijo, una prueba irrefutable que me demuestra sin género de dudas, que tras acabar con las croquetas, cogiste el plato con las dos manos, sin compasión lo llevaste hasta tu cara, sin escrúpulos ninguno sacaste la lengua y con un deleite perverso rechupeteaste todo el plato describiendo una perfecta espiral aurea acabando con el más mínimo rastro del azúcar. Sí, no hace falta confesiones, no hace falta que digas una palabra, no me hacen falta echar mano de tus antecedentes como cuando encontré fideos en lo alto de tu cabeza, o tus huellas de chocolate en la pared. Ya lo decían Scaly y Mulder: La verdad está ahí fuera. Ya nos legó Horatio Cane su "Las pruebas nunca mienten" Sí, hijo, no me hace falta ningún laboratorio ni artificio para saber que eres culpable, me basta y sobra con encontrarme con ese residuo granular de color blanco que cubre por completo tu nariz.

Ese residuo de tu pequeña y perversa nariz es azúcar. Ese azúcar sólo pudo llegar ahí si tu nariz tocó el plato. Que tu nariz tocara el plato, unido a la perfecta espiral aurea de saliva, demuestran que tu insaciable lengua fue el arma del crimen y, esto, hijo, constituyen lo que se denomina una "prueba irrefutable".

A partir de ahora, recuerda hijo, que debes evitar dejar pruebas, pero también cuídate mucho de las evidencias. Y sobre todo, querido hijo, debes saber que el mayor enemigo del criminal no es la policía o los detectives tan agudos como yo, sino la propia naturaleza humana y sus avaricias, ansias y vanidades. Si hubieras dejado algo de azúcar… Pero no, no pudiste controlarte, por eso estamos aquí y por eso, en este mismo instante y con gran deleite por mi parte, te condeno: Apaga la tele y termínate el yogur… con la cuchara, desde luego. 

1 comentario:

  1. jajaja, pobre Ignacio. A mí las broncas me salen mucho menos elaboradas.
    ¡Eres un crack!

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